Razones de peso
Dando vueltas por estas páginas tan variopintas del mundo osuno, me he encontrado con un delicioso texto de Ramón Ramos, "Razones de peso". Merece la pena leerse. De veras. No es una historia porno de estas al uso, en la que la situación es poco más o menos una excusa para comenzar con los numeritos sexuales (y no lo digo como algo peyorativo, me encantan esas historias): es más, una verdadera historia en la que hay sentimientos reales, sucesos que me parece que el autor ha descrito muy adecuadamente. Temas, además, de los que nos ocupan a veces por aquí: el mundo osuno, la osofobia de algunos gays, el armario, la tontería, el amor y el descubrimiento...
Antes de que se me olvide, éste es el
enlace a la novela. Tomaros tiempo para irla leyendo...
El autor, con el nick de MadCub tiene su página
aquí. Escribidle para comentarle lo que os ha parecido.
Pongo un pequeño fragmento, que siempre da mejor idea: (es del capítulo 11)
Marcó por primera vez un número que ya se había aprendido de memoria. Le encantaba hacer todo esto a escondidas de sus amigos. Esa sensación de furtividad le daba a todo un toque mucho más interesante. Eran las diez y media. Habían quedado en que José le llamaría a esa hora. Ni siquiera había sonado el segundo timbre cuando Antonio contestó. Seguramente había estado pegado al teléfono. Era la primera vez que oían sus voces a través del auricular, y lamentablemente eso ocurriría muy a menudo desde ese momento en adelante. Se les hizo raro durante un segundo; nada más. Antonio sonaba cansado, pero muy feliz de oír a José.
–¿Sabes? Durante el viaje me han pasado cosas fantásticas por la cabeza y cosas horribles. De repente pensaba que no me ibas a llamar, o que en realidad no te había conocido y que me lo había imaginado todo, o que yo te llamaba y tu me contestabas con toda naturalidad que si de verdad me había creído todo lo que había pasado; que todo era una actuación para entretenernos y pasar el tiempo, pero que ahora estabas haciendo lo mismo con otro... También he pensado cosas buenas, como que a partir de ahora, con sólo pensar en ti, se me va a alegrar el día cada vez que esté quemado en el trabajo. Que nos iremos de vacaciones juntos a muchos sitios... no sé. ¿Te había dicho que te llamas como mi abuelo? Eso es buena señal.
–Pero Antonio. ¿No te has dado cuenta de que todo era una apuesta que hice con mis amigos? ¿Que se trataba de hacerte creer que me gustabas?
–¡Muy gracioso! Pero no bromees con eso. La verdad es que también eso se me había pasado por la cabeza.
–Te quiero.
Hubo un largo silencio y Antonio repitió en voz baja esas dos palabras como un eco.
–Es la primera vez que me dicen eso. Y que yo lo digo. –dijo Antonio emocionado.
–Para mí también. –dijo José.– Pero hoy me he dado cuenta de que no nos lo habíamos dicho en todas las vacaciones, y me he pasado el día pensando en decírtelo.
A Antonio se le puso un nudo en la garganta. Había estado media hora pegado al teléfono esperando que sonara. Estaba tan triste que apenas podía creérselo, y ahora que José le obsequiaba de nuevo, lo sentía más inalcanzable. Se sentía muy raro. Le apetecía llorar, pero se contuvo por vergüenza.