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Un oso en la cueva
lunes, septiembre 01, 2003
 
FUE EN UN CABARET... (relato)

Claro que no lo conocí en un lugar así, aunque – si he de ser rigurosamente honesto - la diferencia es más por giro que por definición. De hecho, fue en una de esas cantinas del centro, donde existe el mito de que ahí es el lugar perfecto para conocer varones con aroma a macho. Existen desde hace mucho, pero ha sido durante años muy recientes que este tipo de tugurios han ido incrementando su fama y sus ingresos. Ya los hay con aire acondicionado y área para Internet (dos ordenadores del año del Diluvio).

Existen varias teorías con respecto a la creciente popularidad de este tipo de cantinas. Solamente exploraré dos: una ( sostenida por mi amigo Enrique ) quien asegura que va ahí porque es muy poco probable encontrar a alguien conocido. Otra, que afirma que es un buen sitio donde se pueden conseguir favores sexuales a bajo precio. De cualquier manera, y a título de resumen, diremos que se trata de espacios donde coincide una compleja mezcla de niveles y bagajes culturales, muy poco vista en otros ámbitos.

No es por mojigatería, pero (desde que decidí que iba a vivir mi orientación sexual con dignidad) no soy muy proclive a buscar “favores sexuales” y prefiero una relación tan a la luz del día como me es posible. Aunque, debo confesarlo y no sin pena, aún no me siento suficientemente cómodo llevando a mi pareja a las cenas de navidad de la oficina. También, en términos generales, prefiero a alguien mucho más afín a mi, mucho más allá de la afinidad sexual que se pudiera establecer.

Parecía buen muchacho y quizá lo sea, sólo que desde mi personalísimo punto de vista hay cosas que en un dos por tres mandan al romanticismo por el caño. ¿Cursi? Tal vez, pero creo que el amor entre dos seres humanos ( independientemente de su sexo biológico ) es posible. Lo he experimentado. Créanme, es absolutamente maravilloso y matizan de manera asombrosa las calenturas temporales.

Estaba instalado (él) cómodamente en la barra del lugar. Delgado, con la barba de tres días (muy a lo Luis Miguel ) y sonreía, mostrando una encantadora hilera de dientes chuecos. Me volteó a mirar y no puede evitar responder a la mirada y a la sonrisa. Se preguntarán - y con razón – qué demonios hacía yo ahí, pero he de confesarles que a últimas fechas he ido muchísimo. Podría echarle la culpa a Enrique, quien se niega a salir de ahí y lo ha vuelto el lugar de sus grandes éxitos, pero tampoco he ofrecido mayor resistencia.

Así que, después de un horripilante y frustrante día de juntas, me fui sólo a tomar una cerveza. El joven (de hecho, posteriormente pude comprobar que es tragaños) caminó hacia la rockola situada a un costado de la barra donde estaba sentado y escogió algunas canciones. Varias en inglés, tan vez con la intención de mostrar cultura, sensibilidad y mundo. Regresó a su banco y desde el espejo levantó su vaso y brindó conmigo. ¿Amabilidad, atracción, soledad? Lo invité a la mesa y empezamos a platicar. Parecía divertido y bastante inteligente. Me dedicó una de las rolas seleccionadas, no sin antes afirmar categórico que parecía estar escrita para mi, además de que le parecía una de las personas más atractivas e interesantes; justo del tipo que hacían falta en el lugar. Para esos momentos George Clooney no era más que un miserable aprendiz de galán.

Hablamos de ocupaciones, gustos y sobre las posibilidades de encontrarnos en alguna otra ocasión. Me dijo, con un orgullo y aplomo a prueba de balas, que tenía un puesto de antigüedades en La Lagunilla. Ya que empezábamos a incursionar en el bosque de las confidencias, aproveché para contarle que algunas veces, con mi ex pareja (adorador de los cachivaches) íbamos ahí a la cacería de tiliches inútiles, pero bonitos, para retacar un departamento con miras a bazar.

La última y nos vamos, fue la sentencia. Antes de que confesara, esta vez bajando la mirada, con la voz apenas audible y con cara de haber quebrado en Wall Street, que el “biznes” iban muy mal y no traía dinero. Sin más preámbulo, George Clooney volvió a su lugar y yo al mío. De pronto, toda esa esmerada y delicada selección de galantería y piropos tuvo un costo: más o menos, de $200.00 (Doscientos pesos 00/100 M. N.).

Cualquier queja, comentario, chisme o sugerencia será bienvenido en granuja_granuja@yahoo.com.mx
 

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Comentarios, historias y desventuras de un oso - un oso es un hombre gay a veces peludo, otras fornido o gordo, un maricón nada preocupado por parecerse al chico danone, más bien todo lo contrario

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