Un oso en la cueva
viernes, noviembre 08, 2002
¡Una verdadera mujer!
Abusando de la confianza de nuestro bienamado oso cuevero pues me he animado a volver a escribir en esta bitacora osuna, aunque el tema de hoy no tiene mucho que ver con el mundo de los osos y sí en el de los hombres en general. Os pongo en antecedentes, el que suscribe es hombre (algunos lo dudan, pero puedo aseguraros que tengo los cromosomas XY y los correspondiente atributos propios de mi sexo entre las piernas). Mi mamá me educó como un hombrecito, es decir, no me enseño nada de nada de las labores domésticas, para eso estaban mis hermanas. Cuando me fuí a estudiar fuera de mi ciudad tuve que aprender que la ropa no se lava sola, que es conveniente fregar el suelo de la cocina para no quedarte pegado en él; que, o cocinas o sólo comes bocadillos y esas cosillas. Poco a poco fuí adquiriendo habilidad en esos menesteres y conseguí vivir en una casa más o menos decente, sin la pulcritud de la casa de mama pero también sin cosechar patatas en el salón y he mantenido estas habilidades a lo largo de los años e incluso las he desarrollado (cocino de puta madre, modestia aparte). Con el tiempo conocí a varias feministas y tuve ocasión de contrastar con ellas opiniones sobre el feminismo en general, los roles sociales y la repartición de las tareas domésticas en particular. Al contrario de lo que piensa mucha gente las feministas no muerden, y algún día se les reconocera la gran labor a favor del género humano y no sólo de las mujeres que han llevado y llevan a cabo. El caso es que me interesó el tema de la co-educacion, eso de enseñarle a los niños y a las niñas las mismas habilidades, y desde entonces intento llevar sus principios a mis clases. Pese a todo, sigo siendo un hombre y siempre me parecieron exageradas las quejas de las mujeres acerca del trabajo doméstico. Que bueno, que sí, que los tíos somos más desastres pero que algo limpiamos y esas cosas, que vamos arrimando el hombro, que tampoco es para tanto, que las cosas están cambiando. De hecho, mi anterior marido y yo teníamos repartido perfectamente el trabajo y nunca tuvimos conflictos con el tema de la limpieza o el cuidado de la casa.
Tras mi divorcio y unos tres años de noviazgo me fuí a vivir con mi nuevo marido Y tengo que confesaros algo: consiguió que me sintiera realmente una mujer. Y no en la cama precisamente, que ahí ya sabía que lo soy, y multiorgásmica además. No, no, lo que consiguió es que me sintiera MARUJA. Uno ya tenía sus sospechas porque durante el noviazgo no se caracterizó precisamente por ser muy ordenado ni por echar una mano en los ratos que pasaba en casa pero la disculpa de él y mía era: al fin y al cabo no vive aquí. Pero cuando nos fuimos a vivir juntos me encontré que estaba liado con un jetas. Y es que el muy cabron no es que no sepa limpiar, para nada, cuando lo hace lo hace perfectamente. Lo difícil es conseguir que lo haga. Y usó todas las técnicas masculinas posibles para no hacerlo: "a mi no me importa que esté sucio", "es que yo no veo que la habitación esté desordenada"(y toda la ropa estaba por el suelo), "es que estoy muy cansado". Una de sus frases favoritas era: ¿te ayudo?. Pero ¿cómo que "te ayudo"?. A mí no me tiene que ayudar a nada, tiene que hacer su parte y punto. Y lo de ir a la compra: un número. Un suponer, imaginaros que decidíamos comer espaguetis boloñesa, puesto que era yo el que iba a cocinar (porque en ese campo ya me he dado por vencido) lo lógico es que fuese él a la compra. Pues era muy capaz de llegar con los espaguetis y decirme: no había carne picada. Y digo yo: ¿que coño hago ahora con los espaguetis? ¿los comemos solos? ¿no se le podía haber ocurrido comprar atún por lo menos?. El climax llegó un sabado en el que me levanté, barrí toda la casa, limpié los azulejos de la cocina, fregué todo lo del día anterior, pasé la fregona por el suelo, puse la lavadora, arreglé la sala y me puse a hacer la comida mientras él estaba durmiendo a pierna suelta. Y cuando se levanta,¡no va el hijo puta y pretende que follemos!. En esos momentos os puedo jurar que tuve tentaciones de clavarle el cuchillo. Entendí de golpe esa sensación de la que me hablaban las tías de impotencia frente al macho. Y lo mas extraño es que al mismo tiempo de que sentía por él un odio profundo por otro lado si me apetecía follar (está muy bueno el cabrón), pero es que no podía hacerlo. Era una cuestión de principios. Lo único que me salía de la boca era una ristra de insultos mientras él me miraba con cara de no entender nada. O sea, que despues de estar trabajando como una burra, aún encima tienes que estar mona y disponible para cuando a él le entran ganas. ¡Pero que morrooooooo!.
Con el tiempo he conseguido irlo concienciando y poco a poco parece que va entendiendo que lo de la casa es cosa de dos, pero aún es hoy el día en que soy yo el que tiene que organizar las cosas, el que decide que limpia él y que limpio yo, y a la compra tengo que mandarlo con una lista porque a él ni se le ocurre mirar si hace falta leche o pan y tomar la iniciativa de compralo. Me temo que va a ser lo máximo que consiga, que "colabore" y ya me puedo dar por contento. Pero os juro que me jode cantidad, que me desenamora muchismo y que su actitud estuvo a punto de acabar con nuestra relación. Así que queridos osos macheras, mover el culo cuando veais que vuestro compañero se pone a limpiar y procurar aprender como se hace porque si no un buen día os mandarán a la mierda y aún encima os preguntareis que es lo que falló en vuestra relación.
Os quiere
La hermana bastarda de Lisa Simpson
Abusando de la confianza de nuestro bienamado oso cuevero pues me he animado a volver a escribir en esta bitacora osuna, aunque el tema de hoy no tiene mucho que ver con el mundo de los osos y sí en el de los hombres en general. Os pongo en antecedentes, el que suscribe es hombre (algunos lo dudan, pero puedo aseguraros que tengo los cromosomas XY y los correspondiente atributos propios de mi sexo entre las piernas). Mi mamá me educó como un hombrecito, es decir, no me enseño nada de nada de las labores domésticas, para eso estaban mis hermanas. Cuando me fuí a estudiar fuera de mi ciudad tuve que aprender que la ropa no se lava sola, que es conveniente fregar el suelo de la cocina para no quedarte pegado en él; que, o cocinas o sólo comes bocadillos y esas cosillas. Poco a poco fuí adquiriendo habilidad en esos menesteres y conseguí vivir en una casa más o menos decente, sin la pulcritud de la casa de mama pero también sin cosechar patatas en el salón y he mantenido estas habilidades a lo largo de los años e incluso las he desarrollado (cocino de puta madre, modestia aparte). Con el tiempo conocí a varias feministas y tuve ocasión de contrastar con ellas opiniones sobre el feminismo en general, los roles sociales y la repartición de las tareas domésticas en particular. Al contrario de lo que piensa mucha gente las feministas no muerden, y algún día se les reconocera la gran labor a favor del género humano y no sólo de las mujeres que han llevado y llevan a cabo. El caso es que me interesó el tema de la co-educacion, eso de enseñarle a los niños y a las niñas las mismas habilidades, y desde entonces intento llevar sus principios a mis clases. Pese a todo, sigo siendo un hombre y siempre me parecieron exageradas las quejas de las mujeres acerca del trabajo doméstico. Que bueno, que sí, que los tíos somos más desastres pero que algo limpiamos y esas cosas, que vamos arrimando el hombro, que tampoco es para tanto, que las cosas están cambiando. De hecho, mi anterior marido y yo teníamos repartido perfectamente el trabajo y nunca tuvimos conflictos con el tema de la limpieza o el cuidado de la casa.
Tras mi divorcio y unos tres años de noviazgo me fuí a vivir con mi nuevo marido Y tengo que confesaros algo: consiguió que me sintiera realmente una mujer. Y no en la cama precisamente, que ahí ya sabía que lo soy, y multiorgásmica además. No, no, lo que consiguió es que me sintiera MARUJA. Uno ya tenía sus sospechas porque durante el noviazgo no se caracterizó precisamente por ser muy ordenado ni por echar una mano en los ratos que pasaba en casa pero la disculpa de él y mía era: al fin y al cabo no vive aquí. Pero cuando nos fuimos a vivir juntos me encontré que estaba liado con un jetas. Y es que el muy cabron no es que no sepa limpiar, para nada, cuando lo hace lo hace perfectamente. Lo difícil es conseguir que lo haga. Y usó todas las técnicas masculinas posibles para no hacerlo: "a mi no me importa que esté sucio", "es que yo no veo que la habitación esté desordenada"(y toda la ropa estaba por el suelo), "es que estoy muy cansado". Una de sus frases favoritas era: ¿te ayudo?. Pero ¿cómo que "te ayudo"?. A mí no me tiene que ayudar a nada, tiene que hacer su parte y punto. Y lo de ir a la compra: un número. Un suponer, imaginaros que decidíamos comer espaguetis boloñesa, puesto que era yo el que iba a cocinar (porque en ese campo ya me he dado por vencido) lo lógico es que fuese él a la compra. Pues era muy capaz de llegar con los espaguetis y decirme: no había carne picada. Y digo yo: ¿que coño hago ahora con los espaguetis? ¿los comemos solos? ¿no se le podía haber ocurrido comprar atún por lo menos?. El climax llegó un sabado en el que me levanté, barrí toda la casa, limpié los azulejos de la cocina, fregué todo lo del día anterior, pasé la fregona por el suelo, puse la lavadora, arreglé la sala y me puse a hacer la comida mientras él estaba durmiendo a pierna suelta. Y cuando se levanta,¡no va el hijo puta y pretende que follemos!. En esos momentos os puedo jurar que tuve tentaciones de clavarle el cuchillo. Entendí de golpe esa sensación de la que me hablaban las tías de impotencia frente al macho. Y lo mas extraño es que al mismo tiempo de que sentía por él un odio profundo por otro lado si me apetecía follar (está muy bueno el cabrón), pero es que no podía hacerlo. Era una cuestión de principios. Lo único que me salía de la boca era una ristra de insultos mientras él me miraba con cara de no entender nada. O sea, que despues de estar trabajando como una burra, aún encima tienes que estar mona y disponible para cuando a él le entran ganas. ¡Pero que morrooooooo!.
Con el tiempo he conseguido irlo concienciando y poco a poco parece que va entendiendo que lo de la casa es cosa de dos, pero aún es hoy el día en que soy yo el que tiene que organizar las cosas, el que decide que limpia él y que limpio yo, y a la compra tengo que mandarlo con una lista porque a él ni se le ocurre mirar si hace falta leche o pan y tomar la iniciativa de compralo. Me temo que va a ser lo máximo que consiga, que "colabore" y ya me puedo dar por contento. Pero os juro que me jode cantidad, que me desenamora muchismo y que su actitud estuvo a punto de acabar con nuestra relación. Así que queridos osos macheras, mover el culo cuando veais que vuestro compañero se pone a limpiar y procurar aprender como se hace porque si no un buen día os mandarán a la mierda y aún encima os preguntareis que es lo que falló en vuestra relación.
Os quiere
La hermana bastarda de Lisa Simpson
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